El descubrimiento más importante que el conocimiento y la perspectiva ecológicos aporta al pensamiento contemporáneo es la existencia de un límite natural que choca con la persistencia de la cultura expansiva del productivismo industrialista en todas las formas que hemos conocidos durante el siglo XX, tanto en el capitalismo como en el socialismo. Esto quiere decir que la civilización industrial entra en conflicto (por su manera de depredar la naturaleza y de esquilmar los recursos naturales no renovables) con un obstáculo o límite básico y fundamental: la base natural de mantenimiento de la vida sobre el planeta Tierra.
De acuerdo con los estudios realizados a este respecto en las últimas décadas, el planeta Tierra no puede soportar por mucho más tiempo la sobrecarga a la que se halla sometido por el actual ritmo del crecimiento industrial.
Tres factores han contribuido poderosamente a esta situación: el crecimiento de la población mundial, los hábitos dominantes de consumo y las opciones tecnológicas propias de la sociedad industrial. De mantenerse invariables estos factores, antes o después se producirá un colapso ecológico de consecuencias difícilmente calculables. Por otra parte, estimaciones recientes han confirmado que no es posible universalizar el modo de vida característico de las sociedades industrialmente avanzadas como los EEUU, Japón o la UE. Tal constatación obliga a interrelacionar crisis ecológica y desigualdad social en el plano mundial.
[Primeras llamadas de atención sobre la crisis ecológica: B.Commoner, El círculo que se cierra (1971), Plaza y Janés, Barcelona, 1978; Denis L. Meadows (1972), Los límites del crecimiento, FCE, México, 1973; Edward Goldsmith, Manifiesto para la supervivencia (1972), Alianza, Madrid, 1973. Sobre la recepción de estos informes y la formación de una conciencia ecológica: J. Riechmann/F.Fernández Buey, Redes que dan libertad. Paidós, Barcelona, 1994].
2
En lo que que habitualmente se entiende por crisis ecológica es posible diferenciar tres tipos de manifiestaciones.
En primer lugar los desequilibrios locales o regionales que son característicos de ecosistemas restringidos o limitados, en algunos casos muy frágiles.
Entre los fenómenos que ponen de manifiesto crisis medioambientales locales o regionales están:
1ª La eutrofización o superfertilización producida por vertidos orgánicos a las aguas, que a afecta a los grandes lagos y mares interiores (ejemplo: los grandes lagos entre EEUU y Canadá, en particular el lago Erie),
2ª La práctica desaparición por desecación de algunos de los principales mares interiores, debido a la combinación del fenómeno anterior y de las grandes obras industriales realizadas para trasvases de aguas para el riego (ejemplo: el mar de Aral, que era hasta no hace mucho el cuarto lago del mundo)
3ª Las lluvias ácidas, producidas por la emisión a la atmósfera de gases industriales, y que afectan a la mayoría de los bosques próximos (ejemplo: la Selva Negra, los bosques próximos a las cuencas industriales de Alemania),
4ª La deforestación creciente de amplias extensiones del planeta casi intocadas hasta este siglo (ejemplo: la selva amazóniza o las selvas de Kenia), cuya consecuencia es una pérdida constante de la biodivesidad de las especies. Para hacerse una idea: cada segundo desaparece una superficie con árboles equivalente a un campo de futbol; el Alemania se ha perdido el 50% de los bosques, en Checoslovaquia, un 70%; en Etiopía, el 90%;
5ª La desertización que en la década de los 90 afecta ya al 30% de la Tierra. Para hacerse una idea: en España 7 millones de hectáreas (el 13% del territorio) corren el riesgo de llegar a la total desertización.
6ª La contaminación ambiental de los núcleos urbanos como consecuencia de la civilización del automóvil (ejemplos, Los Angeles en los sesenta, Tokio en los setenta, Ciudad de México en los ochenta).
7ª El aumento en flecha de la cantidad de residuos vertidos desde las zonas urbanas a las costas (ejemplo: el Mediterráneo).
En segundo lugar están las manifestaciones más generales de la crisis ecológica, menos perceptibles desde la perspectiva local, regional o nacional, y, por tanto, más discutidas durante algún tipo; manifestaciones que hay que llamar planetarias, porque afectan al planeta tierra en su conjunto. Las más conocidas son: 1ª El empobrecimiento de la capa de ozono; 2ª El denominado efecto invernadero y 3ª Los cambios climáticos que están produciéndose como consecuencia de las dos cosas anteriores combinadas con el efecto de grandes obras de ingeniería que modifican el curso de los ríos, etc.
En tercer lugar hay que referirse a las catástrofes ecológicas producidas por la utilización de productos elaborados, energías y tecnologías inapropiadas o que no han sido suficientemente experimentadas antes de su utilización en gran escala. Ejemplos de estas catástrofes con consecuencias nefastas para los hombres y otras varias especies: Minamata, en Japón (como consecuencia de contaminación del mar por vertidos mercuriales que envenenaron a los peces y se trasmitieron a la cadena trófica); Harrisburg, Tsuruga, y, sobre todo, Chernobyl (como consecuencia del uso de la energía nuclear para la producción de electricidad, que hace aumentar considerablemente la incidencia porcentual de determinados tipos de cánceres); Bhopal y Seveso (como consecuencia de las dioxinas); Alaska-Exxon-Valdez, La Coruña y otras muchas (como consecuencia de la contaminación de los oceános por el transporte del petroleo); el Golfo Pérsico (como consecuencia de la guerra por el control de los pozos petrolíferos).
A la hora de valorar las consecuencias previsibles de los factores que componen lo que llamamos crisis ecológica hay que tener en cuenta, además, otro factor importante: la constante transferencia de energías, tecnologías, residuos y productos elaborados particularmente peligrosos desde las zonas más ricas del planeta a las zonas pobres, o empobrecidas, y de las regiones más desarrolladas de cada Estado o Comunidad a las menos desarrolladas y, por tanto, con menos defensas institucionales y legales para combatir los potenciales efectos negativos. Además de globalizar aún más la crisis ecológica este proceso contribuye a empeorar la situación de aquellos países y regiones que están ya en mala situación.
[Información sobre diferentes aspectos de la crisis mencionados: H.Meadows, D. Meadows, J. Randers, Más allá de los límites del crecimiento.El País/Aguilar, Madrid, 1992; B. Commoner, En paz con el planeta. Critica, Barcelona, 1992; A: King/B. Schneider, La primera revolución mundial. Plaza y Janés, 1991; Informe Brundtland, Nuestro futuro común. Alianza, Madrid, 1988; E. Daly y otros, Crisis ecológica y sociedad. Valencia, Alfons el Magnanim, 1997].
3
Conviene hacer algunas consideraciones de tipo metodológico antes de entrar en la discusión sobre ética medioambiental.
1º No existe en nuestro mundo naturaleza virgen y, por tanto, la búsqueda o la restauración de la naturaleza intocada es para los humanos una contrautopía desde hace mucho tiempo. Sólo hay naturaleza humanizada. A pesar de ello, o precisamente por ello, es comprensible que los hombres y mujeres de nuestra época oscilen habitualmente entre el retorno añorante a la “naturaleza perdida” y el avance hacia la naturaleza en búsqueda de una nueva armonía.
2ª La naturaleza (considerada en su globalidad) es amoral, carece de toda moralidad: en el sentido de que no hay en ella principios sobre normas, costumbres y comportamientos; por tanto, la naturaleza permanece muda sobre uno de los problemas que más nos preocupa a los hombres, el problema del mal. La maravillosa visión del cielo estrellado sobre mí tal vez me ponga en disposición anímica de luchar contra el mal en esta tierra, pero la ley moral no viene de tal visión. La ley moral es cosa nuestra, de los humanos. No podemos pedir a la naturaleza reciprocidad moral. El discurso práctico sobre la ley moral incluye, claro está, numerosas fábulas antropomorfizadoras de la naturaleza, pero esas fábulas no quitan ni ponen sobre la amoralidad de la naturaleza; sólo están indicando que probablemente los humanos no podemos vivir sin metáforas. (Esta consideración, de origen naturalista, está ahora en discusión, como se verá más adelante).
3º De la Ecología, o sea, de la consideración científica de las interrelaciones entre las especies (una de las cuales, pero sólo una, es el hombre) y su medio natural, el medio en que viven estas especies (en que vivimos) no se sigue lógicamente (en el sentido de no se deduce) una ética ecologista y menos aún un sólo punto de vista o paradigma ecologista. La Ecología, tal como la conocemos actualmente, proporciona algunas de las condiciones de posibilidad para que el hombre de finales del siglo XX pueda vivir en paz con la naturaleza, en armonía con su medio; pero la Ecología no dice cómo el hombre habrá de actuar y comportarse en la práctica para lograr esto: ni siquiera implica que para los hombres haya una, y solo una, manera de vivir en paz con la naturaleza.
4º No sólo hay varios ecologismos posibles sino que existen ya, en el mundo actual, diversas manifestaciones de estos distintos tipos de ecologismo. Elegir entre ellos, decidir acerca de qué ecologismo para el final de siglo, es algo que acaba implicando también a los ideales de las personas y de los grupos sociales. La crisis ecológica tiene varios planos. Y se produce, además, en el mundo contemporáneo, en íntima relación con crisis sociales y culturales, en la medida, justamente, en que la actividad de los hombres es un factor muy importante de aquélla. Teniendo esto en cuenta, o sea, juntando la preocupación ecológica y la preocupación por los problemas socioculturales, se puede argumentar a favor de una economía ecológicamente sustentable y de una ecología política de la pobreza que aspira a la igualdad social pero trata de ser respetuosa con la diversidad natural y sociocultural.
[Desarrollo de este punto en F. Fernández Buey/J. Riechamnn, Ni tribunos. Siglo XXI, Madrid, 1996]
4
Qué normas para afrontar los diversos problemas, locales y globales, que hemos caracterizado como crisis medioambiental. El alto grado de depredación del entorno natural por los humanos es un hecho reconocido. La conciencia de que esta depredación y esta crisis es un mal (para el entorno, para muchas especies animales y vagetales y para el hombre mismo) está ya suficientemente extendida y aceptada.
La conciencia de la importancia de los problemas medioambientales ha contribuido a cambiar el concepto de lo que deba ser la relación entre hombre y naturaleza en el fin de siglo.Tales son los datos.
De estos datos se sigue la necesidad perentoria de ecologizar las consideraciones éticas. La mayor parte de las corrientes filosóficas actuales han tratado de reformular las propias concepciones atendiendo a esta problemática.
Hoy en día se suele distinguir entre ética del medio ambiente y ética para el uso (humano) del medio ambiente: ética homocéntrica o ética biocéntrica (y anti-antropocéntrica). Una ética del medio ambiente basada en la tesis de que el ser el humano es la medida de todas las cosas o una ética del medio ambiente en la que el ser humano es considerado como una entidad entre otras en la bioesfera, parte de una “comunidad biótica” (Aldo Leopold).
La ética biocéntrica se regiría por el principio de que “algo es bueno” (justo, aceptable, etc.) cuando tiende a preservar la integridad, la estabilidad y la belleza de la comunidad biótica, y es malo (injusto, inaceptable, equivocado, etc.) cuando tiende a destruir, mutilar o alterar esta comunidad”. Este punto de vista argumenta luego que hay una ética más fundamental, primaria y holística sobre la que tendrían que basarse todas las demás éticas particulares. Y a veces este punto de vista se expresa afirmando la existencia de un nuevo paradigma que tiene que derivarse de la ecología y/o de la biología (panvitalismo).
La ética homocéntrica se basa en la idea de que la protección del medio ambiente es necesaria para el propio bienestar de los humanos por lo menos a medio y largo plazo. La extinción o desaparición de especies animales, vegetales o minerales constituye un riesgo para la continuidad misma de la especie humana sobre la tierra y, por tanto, debemos protegerlas porque con ello protegemos los intereses de nuestra especie. Los principales problemas medioambientales revelan conflictos entre intereses humanos y ése es, precisamente, el ámbito de nuestras actuaciones.
Pero, por otra parte, es evidente que en ciertos casos los intereses más o menos inmediatos de la especie humana entran en conflicto con la continuidad de determinadas especies animales o vegetales. Esto ha llevado a algunos autores a considerar que una ética del medio ambiente puramente homocéntrica es inadecuada y que la ética del medio ambiente tiene que incluir en el reino moral a seres no humanos.
La pregunta es entonces qué entidades no humanas tiene que tomar en consideración la ética medioabiental: ¿sólo los animales, también las plantas o incluso todos los denominados objetos naturales (por ejemplo minerales) que componen un paisaje?
La discusión, en este punto, está en sí los objetos naturales tienen o pueden tener personalidad jurídica o poseen cierto rango moral. Si la clase de objetos dignos de consideración moral son las criaturas sintientes o hay que considerar que poseen valor inherente todas las especies que pueden recibir beneficio o daño.
A primera vista esta idea de que seres y entidades no humanas puedan ser objeto de derechos rompe con la tradición ético-jurídica más extendida.Pero debe tenerse en cuenta la evolución de la historia de la humanidad en este aspecto, que es la historia de la ampliación constante de los derechos.
Ferrater/Cohn defienden que, en principio, una ética biocéntrica es mucho más favorable que una homocéntrica a todos los esfuerzos encaminados a cuidar y proteger el medio ambiente al introducir la idea de “derechos objetivos” o “valores”. Pues desde ese punto de vista se puede intervenir en la resolución de conflictos peliagudos entre hombres, animales y “objetos naturales” constantemente planteados por la civilización industrial. “El único problema es que parece una tarea hercúlea por no decir imposible”.
La discusión se centra en la pregunta qué es lo que hace a un ser intrínsecamente bueno y cómo podemos saber qué objetos son inherentemente buenos.
Esas preguntas remiten a una célebre discusión histórica de carácter ético-teológico.
Supongamos que los términos “bondad” y maldad” son aplicables a comportamientos y conductas animales no-humanas. Si la respuesta a la pregunta fuera que todo lo que hay es naturalmente o intrínsecamente bueno, entonces:
a) estaríamos ante una ampliación radical de la idea de la bondad originaria del hombre natural (la que dió origen al mito del “buen salvaje”) sólo que aplicada, por extensión, a todo lo naturalmente existente. Pero esa idea choca de plano con algunas constataciones muy evidentes puestas de manifiesto por los naturalistas: la vida en la naturaleza prehumana está llena de conductas y comportamientos que en el lenguaje ético humano calificaríamos de “crueles”. Los ejemplos tal vez más extremos, pero en absoluto únicos, son el de los icneumónidos, grupo de avispas que pasan su vida larvaria como parásitos en las orugas de la mariposas, pulgones y arañas devorando primero las masas adiposas y los óganos digestivos de éstas pero respetando el corazón y el sistema nervioso con el objeto de que la oruga se siga manteniendo viva; o, entre miembros de una misma especie, o el de la mantis religiosa;
b) correríamos el riego de no atrevernos a modificar nada si deseamos obrar moralmente; pero no sólo estaríamos obligados a postular también a ciertas especies animales conductas o comportamientos contrarios a lo que ha sido hasta ahora la evolución de ls especies (hay muchos y buenos ejemplos literarios de adónde conduciría este punto vista. Cf. Saltykov ).
Y si consideramos que sólo algunas cosas lo son, entonces hace falta algún principio y criterio definidor que nos permita distinguir entre objetos buenos y los que no lo son; o para definir los grados de bondad inherentes en distintos objetos o clases de objetos.
Una ética bicéntrica del medio ambiente sin criterio definidor previo (Paul W. Taylor) lleva a la conclusión de que matar porque sí una flor silvestre rara es moralmente peor que matar a una persona en defensa propia en la medida en que lo primero es arbitrario y lo segundo no.Cohn/Ferrater limitan la clase de seres con valor intrínseco a las criaturas sintientes: solamente tenemos derechos para con los seres sintientes: los animales tienen derechos, incluyendo el derecho a la vida y a no sufrir inutilmente.Si el placer es un bien y el dolor es un mal para animales humanos lo mismo ha de ocurrir con animales no humanos que pueden experimentar también estas sensaciones.
La discusión aquí es si los derechos se tienen que relacionar exclusivamente con la posibilidad de razonar o de hablar:conciencia y autoconsciencia (Peter Singer) y si ésta se expresa exclusivamente en lo que llamamos inteligencia. En última instancia se trata de llevar el relativismo cultural, hasta ahora limitado, a la consideración de las diferencias entre humanos, al mundo animal.Taylor se pregunta, por ejemplo, ¿por qué habría que suponer que los patrones basados en valores humanos han de ser los únicos criterios válidos para determinar el mértio y, por consiguiente, los únicos signos de superioridad? El desarollo de la discusión remite ya al tema sobre los derechos de los animales.
[Para este punto se puede comparar: Ferrater Mora/ Cohn, Etica aplicada cit. pág. 137-167 con P. Singer, Etica práctica cit. cap. 10].
ÉTICA Y FILOSOFIA POLÍTICA,
Universitat Pompeu Fabra
Prof.: Fco. Fernández Buey
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario