Efectivamente, la terapia de superación de la mística masculina pasa, en primer lugar por moderar aquellos valores de dureza, dominio, represión y competitividad , realzando en cambio los de la cooperación y responsabilidad social, y en socializar a los hombres (corresponsabilizarlos) en la práctica del cuidado , empezando por sus propios hijos, porque la participación de los padres en la crianza es un freno en el uso de la violencia, primero en ellos mismos, y después en sus hijos. Se trata en definitiva de introducir la expresión del cariño y la ternura en la vida de los hombres, de que no repriman la empatía , para así aumentar su responsabilidad sobre el coste humano y social de sus actos, tanto en la vida familiar como en la política. Terminar con la vinculación entre masculinidad y violencia es, por tanto, una estrategia de paz.
No en vano, como ha señalado el psicoanalista colombiano Luis Carlos Restrepo, "para extender la economía guerrera a la vida familiar, afectiva, escolar y productiva, Occidente ha favorecido la disociación entre la cognición y la sensibilidad, sentándola como uno de sus axiomas filosóficos" (Restrepo, 1997: 45). Así las cosas, la ternura pasaría a ser un dique para que nuestra agresividad no se convierta en violencia destructora, un facilitador para "aceptar al diferente, para aprender de él y respetar su carácter singular sin querer dominarlo". Desde este prisma, la cultura de la violencia impide la expresión de la singularidad, porque es intolerante frente a la diferencia, por lo que Restrepo nos invita a que avancemos "hacia climas afectivos donde predomine la caricia social y donde la dependencia no esté condicionada a que el otro renuncie a su singularidad" (Restrepo, 1997: 137).
Resulta paradójico que, a estas alturas, y aún sabiendo los efectos perversos de la mística de la masculinidad, sea tan difícil introducir cambios en estos comportamientos. Esto es así porque el comportamiento masculino sigue siendo la norma, y como tal no se cuestiona, y al ser la violencia también normativa, muchas veces tampoco se pide justificarla. La masculinidad excusa al hombre violento porque presenta su violencia como algo normal y natural, con lo que muchas veces deviene "la primera opción" a considerar. De ahí la importancia de educarlo en los valores de la acción no-violenta. Pero, citando de nuevo a Miedzian, "lo que hasta ahora se ha visto como el comportamiento normal de los hombres y, en consecuencia, el de toda la Humanidad, es el resultado de una mística de la masculinidad destructiva e históricamente superada. Puesto que la conducta masculina es la norma, la guerra y la violencia no sólo se aceptan como componentes centrales y normales de la experiencia humana sino que las convierte en eventos excitantes y heroicos" (miedzian, 1996: 48).
El empeño en construir una cultura de paz pasa, entonces, por desacreditar todas aquellas conductas sociales que glorifican, idealizan o naturalizan el uso de la fuerza y la violencia , o que ensalzan el desprecio y el desinterés por los demás, empezando por disminuir al máximo posible el desinterés y el abandono de los más pequeños, con objeto de que estas criaturas puedan vivir experiencias de cariño, respeto, implicación, amor, perdón y protección, y después, de mayores, puedan transmitir estas vivencias a otras personas con mayor facilidad.
Evidentemente, además de socializar de otra forma a los hombres, este proyecto supone también garantizar el acceso de la mujer a la educación y posibilitar su autonomía económica , ya que esta igualdad de oportunidades es un requisito previo para lograr los cambios de actitudes y mentalidades de los que depende una cultura de paz. Como se apuntó en la Conferencia de Pekín sobre la Mujer, "las mujeres aportan a la causa de la paz entre los pueblos y las naciones experiencias, competencias y perspectivas diferentes. La función que cumplen las mujeres de dar y sustentar la vida les ha proporcionado aptitudes e ideas esenciales para unas relaciones humanas pacíficas y para el desarrollo social. Las mujeres se adhieren con menos facilidad que los hombres al mito de la eficacia de la violencia y pueden aportar una amplitud, una calidad y un equilibrio de visión nuevos con miras al esfuerzo común que supone pasar de una cultura de guerra a una cultura de paz"
UNESCO, 1995.
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