Espero que no les moleste que comience esta charla refiriéndome a algunos hechos evidentes. No es ninguna novedad que vivimos en un mundo de conflictos y confrontaciones. Si bien existe una multiplicidad de facetas a la hora de analizar un tema tan complejo, en los últimos años se ha demarcado con extrema claridad una línea divisoria. Si se me permite simplificar un poco, aunque no demasiado, las partes en conflicto son, por un lado, los centros de poder concentrado, estatales y privados, en estrecha interrelación; por el otro, la población mundial en general. En términos anticuados, diríamos una "lucha de clases".
El poder concentrado continúa la guerra sin dar el brazo a torcer y con plena conciencia de sus actos. Los documentos gubernamentales y las publicaciones del mundo empresario revelan que en su mayoría son marxistas vulgares, aunque por supuesto con los valores invertidos. También están asustados -desde la Inglaterra del siglo XVII, a decir verdad-. Son conscientes de que el sistema de dominación es frágil, de que se basa en el disciplinamiento de la población mediante un medio u otro. Hay una búsqueda desesperada de enemigos: en los últimos años, entre otros, lo fueron el comunismo, el crimen, las drogas y el terrorismo. Los pretextos cambian pero las políticas se mantienen estables. A veces el cambio de pretexto y la continuidad de la política es evidente y difícil de pasar por alto: por ejemplo, después de la caída de la Unión Soviética. Naturalmente aprovechan todas las oportunidades que encuentran para llevar adelante su programa: el 11 de septiembre es un caso típico. Las crisis permiten aprovecharse del miedo y la preocupación para aturdir al adversario y exigirle que sea sumiso, obediente y silencioso, mientras el poderoso aprovecha la oportunidad para continuar con su programa, incluso con mayor intensidad. Estos programas varían según el tipo de sociedad: en los Estados más brutales, consiste en un aumento de la represión y del terror; en las sociedades en las que la población ha alcanzado un mayor grado de libertad, en medidas para imponer la disciplina mientras se efectúa un traspaso aun mayor del poder y la riqueza a sus propias manos. En los últimos meses se produjeron situaciones que lo ejemplifican en distintas partes del mundo.
Sus víctimas ciertamente deberían oponer resistencia a la previsible explotación de la crisis y concentrar sus esfuerzos, sin dar el brazo a torcer, en los asuntos primordiales, que siguen siendo los mismos: entre otros, la militarización creciente, la destrucción del medio ambiente y el ataque a gran escala contra la democracia y la libertad, el corazón mismo de los programas "neoliberales".
El conflicto continuo está simbolizado ahora mismo por este Foro Social Mundial (FSM) y por el Foro Económico Mundial (FEM) en Nueva York. El FEM reúne a "los que mueven los hilos", los "ricos y famosos", los "genios de todo el mundo", "los líderes del gobierno y los ejecutivos de las empresas, ministros de Estado y de Dios, políticos y expertos" que se reúnen para "pensar con detenimiento" y enfrentar "los grandes problemas que afectan a la humanidad". Algunos ejemplos: "cómo inyectar valores morales a lo que hacemos". O un panel llamado "Dime lo que comes", liderado por "el príncipe actual de la escena gastronómica", cuyos elegantes restaurantes serán "invadidos por los participantes del foro". También se menciona un "anti-foro" en Brasil donde se espera a 50.000 participantes. Se trata de "los anormales que se reúnen para protestar contra las reuniones de la Organización Mundial de Comercio". Uno puede interiorizarse más en las actividades de los anormales por una foto de un joven de aspecto desaliñado, con la cara cubierta, que escribe "asesinos mundiales" en una pared.
En su "carnaval", como se lo describe, los anormales tiran piedras, escriben graffitis, bailan y cantan mientras tratan una serie de temas aburridos que no vale la pena mencionar, al menos en EE.UU.: inversión, comercio, arquitectura financiera, derechos humanos, democracia, desarrollo sustentable, relaciones brasilero-africanas, GATS (Acuerdo General sobre el Comercio de Servicios) y otros temas marginales. No están "pensando con detenimiento" acerca de "grandes problemas"; eso está limitado a los genios de Davos en Nueva York.
La retórica infantil, supongo, es un signo de inseguridad bien merecida.
A los anormales de este "anti-foro" se los define como "opositores a la globalización", un arma de propaganda que deberíamos rechazar con desdén. La "globalización" sólo significa integración universal. Ninguna persona cuerda se opone a la globalización. Esto debería resultar obvio para el movimiento obrero y la izquierda; el término "internacional" no es precisamente desconocido en su historia. De hecho, el FSM es uno de los logros más emocionantes y promisorios de las esperanzas de la izquierda y de los movimientos populares desde sus orígenes modernos de llevar a cabo una verdadera internacional, que aspire a un programa globalizador sobre la base de las necesidades e intereses de las personas más que de las concentraciones ilegítimas de poder. Éstas, por supuesto, quieren apropiarse del término "globalización" para restringirlo a su peculiar visión de la integración internacional, basada en sus propios intereses, para los que los seres humanos son un accidente. Con la implementación de esta terminología ridícula, aquellos que busquen una forma sana y justa de globalización pueden ser considerados miembros de un movimiento "anti-globalización", ridiculizados como primitivistas que quieren un retorno a la Edad de Piedra, hacer daño a los pobres, y otros improperios a los que estamos acostumbrados.
Los genios de Davos se autodenominan con modestia "la comunidad internacional", pero personalmente prefiero el término utilizado por el principal diario de negocios del mundo, el Financial Times , que los llama "los amos del universo". Como los amos dicen ser admiradores de Adam Smith, podríamos esperar que se atengan a la explicación que éste dio de su comportamiento, aunque Smith sólo los consideró "amos de la humanidad" (por supuesto, antes de la era espacial).
Smith se refería a los "arquitectos principales de la política" de su época, los comerciantes y fabricantes de Inglaterra, que cuidaban que "se atendiera muy especialmente" sus propios intereses, sin importar la "gravedad" del impacto que esto pudiera tener sobre los demás, incluida la población inglesa. La "máxima vil de los amos de la humanidad" que regía su política interna y exterior era "todo para nosotros y nada para los demás". No debería sorprendernos que los amos actuales se rijan por la misma "máxima vil". Al menos lo intentan, aunque a veces se lo dificulten los anormales, esa "gran bestia", para tomar prestado el término que utilizaban los Padres Fundadores de la democracia estadounidense al referirse a la población rebelde que no comprendía que el principal objetivo del gobierno era "proteger a la minoría opulenta de la mayoría de la población", como explicó el principal artífice de la Constitución de EE.UU. en los debates de la Convención Constituyente.
Retomaré luego este asunto, pero primero querría referirme al tema que da título a esta sesión, "un mundo libre de guerra", con el que está estrechamente relacionado. Por lo general, resulta difícil predecir el futuro de la humanidad. Pero podemos estar muy seguros, por ejemplo, de que o bien existirá un mundo libre de guerra, o no existirá mundo alguno (o por lo menos, no un mundo habitado por criaturas que no sean bacterias y escarabajos, o alguna otra especie dispersa). Conocemos el porqué: los seres humanos han desarrollado medios capaces de destruir el mundo y a toda su población, y durante medio siglo se han acercado peligrosamente a su utilización. Además, en la actualidad los líderes del mundo civilizado están abocados a arriesgar cada vez más la supervivencia de la especie, con plena conciencia de lo que hacen, al menos si leen los informes de sus propios servicios de inteligencia y de los analistas estratégicos respetados, incluidos muchos que favorecen plenamente la vía de la destrucción. Lo que no presagia nada bueno es que los planes se desarrollan e implementan basándose en argumentos que se encuentran dentro de la lógica de los valores y la ideología dominantes, que ubican a la supervivencia bien por debajo de la "hegemonía", el objetivo principal de los defensores de estos programas, como insisten con franqueza.
Es probable que en el futuro seamos testigos de guerras por agua, energía y otros recursos naturales, con consecuencias que podrían ser devastadoras. Sin embargo, en su mayoría, las guerras han sido la consecuencia de la imposición del sistema del estado-nación, una formación social antinatural que suele establecerse por medios violentos. Esta es una de las principales razones por la cual, durante siglos, mientras conquistaba la mayor parte del mundo, Europa fue la zona más salvaje y brutal del planeta. El origen de la mayoría de los conflictos actuales desde la caída del sistema colonial formal se encuentra en los esfuerzos europeos por imponer sistemas estatales en los territorios conquistados. La masacre mutua, deporte favorito de Europa, debió detenerse en 1945, cuando se tomó conciencia de que la próxima vez que se produjera sería también la última. Otra predicción que podemos realizar con plena seguridad es que no habrá guerras entre grandes potencias; la razón es que si la predicción fuera incorrecta, no habrá nadie para corroborarlo. Además, el activismo popular dentro de las sociedades ricas y poderosas ha tenido un efecto civilizador. Como resultado de las movilizaciones populares de protesta, los "que mueven los hilos" ya no pueden realizar agresiones prolongadas, como cuando EE.UU. atacó Vietnam del Sur hace 40 años y destruyó gran parte del país. Entre los muchos efectos civilizadores del fermento de los años ´60 está la oposición general a la agresión y a la masacre a gran escala, reformulada en el sistema ideológico dominante como la negativa a aceptar bajas dentro de las fuerzas armadas ("el síndrome de Vietnam"). Este es el motivo por el cual la administración Reagan tuvo que recurrir al terrorismo internacional en lugar de invadir Centroamérica directamente, según el modelo Kennedy-Johnson, en su guerra para derrotar la teología de la liberación, como describe orgullosamente su logro la Escuela de las Américas. Los mismos cambios explican el informe de inteligencia de la primera administración Bush en 1989, advirtiendo que en guerras contra "enemigos mucho más débiles" -el único tipo que tiene sentido enfrentar- EE.UU. debe "derrotarlos de forma terminante y con rapidez" o la campaña perderá el "apoyo político", que se sabe escaso. Las guerras, desde entonces, han seguido este patrón, y la magnitud de las protestas y del disenso ha aumentado a un ritmo constante. Por lo tanto, existen cambios de una naturaleza mixta.
Cuando los pretextos desaparecen, se deben buscar nuevos pretextos para controlar a la gran bestia y continuar con las políticas tradicionales adaptadas a las nuevas circunstancias. Esto ya resultaba evidente 20 años atrás. Era difícil no reconocer que el enemigo soviético se estaba enfrentando a problemas internos y pronto dejaría de ser una amenaza creíble. Éste fue en parte el motivo por el cual la administración Reagan, hace 20 años, declaró que la "guerra contra el terrorismo" sería el eje de la política exterior de EE.UU., especialmente en Centroamérica y Oriente Medio, las fuentes principales de esa plaga diseminada por los "depravados oponentes de la civilización misma" en un "retorno a la barbarie en la edad moderna", como explicó George Shultz, miembro moderado de la administración, quién advirtió también que la solución era la violencia y que deberían evitarse los "medios legistas y utópicos como la mediación externa, la Corte Mundial y las Naciones Unidas". No necesitamos detenernos en cómo se luchó en estas dos regiones, y en otros lugares, mediante una red extraordinaria de estados apoderados y mercenarios; un "eje del mal" si tomamos prestado un término más actual.
Es interesante notar que en los meses posteriores a la guerra que EE.UU. volvió a declarar después del 11 de septiembre, que repite muchos de los mismos elementos retóricos, todo esto se ha hecho desaparecer por completo, incluso el hecho de que la Corte Mundial y el Consejo de Seguridad hayan condenado a EE.UU. por terrorismo internacional (vetado) y que éste haya respondido intensificando el ataque terrorista que se le obligó a detener; o el hecho de que las mismas personas que están dirigiendo las misiones diplomáticas y militares de la nueva guerra contra el terrorismo fueran personas clave en la ejecución de atrocidades terroristas en Centroamérica y Oriente Medio durante la primer fase de la guerra. El silencio que cubre estos asuntos es un verdadero homenaje a la disciplina y a la obediencia de las clases educadas en las sociedades democráticas y libres.
No está equivocado quien piense que la "guerra contra el terrorismo" servirá nuevamente como pretexto para la intervención y las atrocidades en los años por venir, y no sólo a manos de EE.UU.; Chechenia es sólo uno entre numerosos ejemplos. No hay necesidad de pensar demasiado en lo que esto augura para Latinoamérica; al menos en Brasil, el primer objetivo de la ola de represión que invadió Latinoamérica después de que la administración Kennedy, en una decisión de importancia histórica, cambió la misión del ejército latinoamericano de "defensa hemisférica" a "seguridad interior", un eufemismo por terrorismo de estado dirigido contra la población nacional. Esto continúa aun, a gran escala, en especial en Colombia, que lidera en la década del 90 las violaciones a los derechos humanos dentro del hemisferio, y por lejos es el principal destinatario de armas y entrenamiento militar estadounidense, según un patrón coherente documentado incluso en la bibliografía convencional.
Por supuesto, una vasta literatura se ha concentrado en la "guerra contra el terrorismo" durante la primera fase en la década del ´80 y desde que se volvió a declarar en los últimos meses. Una característica interesante de la avalancha de análisis, tanto entonces como ahora, es que no se nos explica en qué consiste el "terrorismo". Lo que se nos dice en su lugar es que ésta es una cuestión compleja y desconcertante. Es curioso, porque existen definiciones concretas en documentos oficiales de EE.UU. Una definición sencilla describe el terrorismo como "el uso deliberado de violencia o de la amenaza de violencia para alcanzar objetivos de naturaleza política, religiosa o ideológica". Ésta parece ser bastante apropiada, pero no puede utilizarse, por dos motivos. El primero es que también define la política oficial, llamada "contrainteligencia" o "conflicto de baja intensidad". El otro es que pone en evidencia todas las respuestas equivocadas, los hechos demasiado obvios para revisar pero que sin embargo fueron suprimidos con una eficiencia sorprendente.
El problema de encontrar una definición de "terrorismo" que excluya los casos más notables es realmente complejo y desconcertante. Pero, afortunadamente, existe una solución sencilla: definir "terrorismo" como los actos terroristas que los demás realizan contra nosotros. Al pasar revista a la bibliografía académica sobre el terrorismo, a los medios y las publicaciones intelectuales, uno puede percibir que casi no existe excepción a este uso, y que todo alejamiento del mismo provoca una furia impresionante. Además, la práctica probablemente sea universal: los generales en Sudamérica estaban protegiendo a la población del "terror dirigido desde afuera", de la misma forma en que los japoneses lo hacían en Manchuria y los nazis en la Europa de la ocupación. Si existe una excepción, no la he podido encontrar.
Volvamos a la noción de "globalización" y a la relación que establece con la amenaza de guerra, tal vez de guerra terminal.
La versión de la "globalización" diseñada por los amos del universo tiene un amplio apoyo de las elites, lo que no debe sorprendernos, del mismo modo que brindan apoyo a los denominados "tratados de libre comercio", que el Wall Street Journal , más honestamente, ha llamado "tratados de libre inversión". Se informa muy poco acerca de estos temas, y simplemente se suprime la información crucial; por ejemplo, después de una década, excepto en fuentes disidentes, todavía no se ha informado sobre la postura del movimiento obrero de EE.UU. ni sobre las conclusiones a las que llegó la Oficina de Investigación del Congreso (la Oficina de Evaluación de Tecnologías) sobre el NAFTA (Tratado de Libre Comercio de Norteamérica). Y el tema no forma parte de la agenda política electoral. Hay buenos motivos. Los amos saben bien que el público manifestará su oposición si obtiene la información. Sin embargo, son francos al tratar entre ellos. Hace un par de años, bajo una enorme presión pública, el Congreso rechazó la legislación de "vía rápida" que otorga al presidente la autoridad para promulgar acuerdos económicos internacionales permitiendo al Congreso votar por "Si" (o, teóricamente, "No") sin debate ni información al público. Como otros sectores de la opinión de elite, el Wall Street Journal se mostró consternado por el fracaso del socavamiento de la democracia. Pero explicó el problema: los opositores de estas medidas estalinistas tienen un "arma fundamental", la población en general, que por lo tanto debe permanecer a oscuras. Esto es muy importante, especialmente en las sociedades más democráticas, donde no se puede sencillamente encarcelar o asesinar a los disidentes, como sucede en los países que reciben la mayor parte de la ayuda militar de EE.UU., como El Salvador, Turquía y Colombia, para enumerar a los campeones mundiales actuales y recientes (dejando de lado a Israel y Egipto).
Uno podría preguntarse por qué la oposición pública a la "globalización" ha sido tan intensa durante tantos años. Esto parece extraño en una era en que ha llevado a una prosperidad sin precedentes, según se nos informa constantemente, en especial en EE.UU., con su "economía de cuento de hadas". Durante la década de 1990, EE.UU. vivió "el crecimiento económico más grande de la historia del país, y del mundo", escribió Anthony Lewis en el New York Times hace un año, repitiendo el estribillo estándar desde el espectro admisible de la extrema izquierda. Se concede la existencia de imperfecciones: algunos han quedado atrás en el milagro económico, y nosotros, las personas de buen corazón, tenemos que hacer algo al respecto. Las imperfecciones reflejan un dilema profundo y problemático: el rápido crecimiento y la prosperidad producidos como consecuencia de la "globalización" trajeron aparejada una desigualdad creciente, ya que algunos carecen de las habilidades para disfrutar de los maravillosos regalos y oportunidades.
La imagen es tan habitual que es difícil notar lo poco que se parece a la realidad. Antes del breve boom de finales de los años 90 (que no compensaron ni mucho menos el estancamiento o el deterioro previos de la mayoría de la población), el crecimiento per capita durante los "locos años 90" fue aproximadamente igual al del resto del mundo industrializado, mucho menor que durante los primeros 25 años de posguerra antes de la así llamada "globalización" y extremadamente menor que durante los años de guerra, el boom económico más grande en la historia de EE.UU. bajo una economía semicontrolada. ¿Cómo puede ser entonces que la imagen convencional sea tan distinta de los hechos? La respuesta es muy simple: para un pequeño sector de la sociedad, la década del 90 fue realmente un gran boom económico. Da la casualidad que este sector incluye a aquellos que dan a los demás las felices noticias. Y no se los puede acusar de deshonestidad. No tienen motivo para dudar de lo que dicen. Lo leen constantemente en las publicaciones para las que escriben, y está de acuerdo con su experiencia personal: es cierto sobre las personas con las que se reúnen en las oficinas de las redacciones, los clubes de las facultades, las conferencias de elite como a la que ahora asisten los genios y los elegantes restaurantes donde cenan. Es sólo que el mundo es distinto.
Echemos un rápido vistazo al asunto desde un punto de vista más amplio. La integración económica internacional -una de las facetas de la "globalización" en su sentido neutro- aumentó con rapidez antes de la Primera Guerra Mundial, se detuvo o disminuyó durante el período de entreguerras y continuó después de la Segunda Guerra Mundial, alcanzando ahora los niveles de hace un siglo debido a medidas negligentes; en detalle, la estructura es más compleja. Desde cierto punto de vista, la globalización era mayor antes de la Primera Guerra Mundial: un ejemplo es la "libre circulación de trabajadores", la base del libre mercado según Adam Smith, aunque no de sus admiradores contemporáneos. Desde otro punto de vista, la globalización es mucho mayor actualmente: un ejemplo terrible -y no es el único- es el flujo de capitales especulativos de corto plazo, muy superior a cualquier valor precedente. La distinción refleja algunas de las características centrales de la versión de la globalización preferida por los amos del universo: en una medida que excede toda norma, el capital es prioritario y las personas son incidentales.
La frontera mexicana es un ejemplo interesante. Como la mayoría de las fronteras, es artificial, se trata del resultado de una conquista y ha permitido el flujo en ambas direcciones por una variedad de motivos socioeconómicos. Clinton la militarizó después de que se firmara el NAFTA para impedir "la libre circulación de trabajadores". Esto fue necesario debido a los efectos anticipados que el NAFTA tuvo en México: un "milagro económico" que resultó ser un desastre para gran parte de la población, que tenía la intención de escapar. En esos años, el flujo de capitales, ya de un alto nivel de libertad, fue acelerado aun más, junto a lo que se denomina "comercio", alrededor de 2/3 del cual está administrado hoy por tiranías privadas, que antes del NAFTA dominaban la mitad del mismo. Denominarlo "comercio" es sólo una decisión de tipo doctrinaria. Hasta donde yo sé, nadie ha analizado los efectos del NAFTA sobre el comercio real.
Una medida más técnica de la globalización es la convergencia en un mercado global, con precios y salarios únicos. Esto no ha sucedido en absoluto. En relación con los ingresos, al menos, lo contrario está más cerca de la verdad. Aunque mucho depende de cómo se lo mida exactamente, hay buenos motivos para creer que la desigualdad ha aumentado dentro de los países y entre ellos. Se espera que esto continúe. Los servicios de inteligencia de EE.UU., con la participación de especialistas de universidades y del sector privado, dieron a conocer recientemente un informe sobre las expectativas para el año 2015. Esperan que la "globalización" continúe su curso: "Su evolución será inestable y estará marcada por una volatilidad financiera crónica y una ampliación de la brecha económica". Esto significa menor convergencia, menor globalización en el sentido técnico, pero más globalización en el sentido doctrinario. La volatilidad financiera implica aun un menor crecimiento y mayores crisis y pobreza.
Es en este punto que se establece una conexión clara entre la "globalización" en el sentido que le dan los amos del universo y el aumento de las posibilidades de que ocurra una guerra. Los planificadores militares hacen las mismas proyecciones y han explicado abiertamente que estas expectativas se basan en la amplia expansión del poderío militar. Incluso antes del 11 de septiembre, el presupuesto militar de EE.UU. superó al de los aliados y los adversarios combinados. Se han explotado los ataques terroristas para aumentar tremendamente el presupuesto militar, deleitando a elementos clave de la economía privada. El programa más amenazante es la militarización del espacio, que también se encuentra en proceso de ampliación con la excusa de la "lucha contra el terrorismo".
Documentos de la era Clinton explican públicamente el razonamiento en el que se basan estos programas. Uno de los motivos principales es la brecha creciente entre los ricos y los desposeídos, que se espera que siga creciendo, en contra de la teoría económica pero en concordancia con la realidad. Los desposeídos -la "gran bestia" del mundo- pueden provocar trastornos y deben ser controlados en aras de lo que en la jerga técnica se denomina "estabilidad", lo que significa subordinación a los dictámenes de los amos. Esto requiere de medios de violencia, y habiendo "asumido, para la defensa del propio interés, la responsabilidad del bienestar del sistema capitalista mundial", EE.UU. debe llevar la delantera; estoy citando al historiador diplomático Gerald Haines, también historiador de la CIA, cuando describía los planes de EE.UU. en la década de 1940 en un estudio académico. El dominio aplastante sobre las armas y las fuerzas de destrucción masiva convencionales no es suficiente. Se debe atravesar la siguiente frontera: la militarización del espacio, que desafía el Tratado sobre el Espacio Exterior de 1967, cumplido hasta ahora. Al reconocer el propósito, la Asamblea General de la ONU volvió a ratificar el tratado muchas veces; EE.UU., prácticamente aislado, se negó a hacerlo. Y Washington ha interrumpido las negociaciones en la Conferencia sobre Desarme de la ONU acerca de este tema el último año; se trata de hechos apenas mencionados, por los motivos de siempre. No es prudente permitir a los ciudadanos conocer los planes que pueden llevar a su fin el único experimento de la biología con una "inteligencia superior".
Como se ha notado, estos programas benefician a la industria militar, pero no debemos olvidar que el término puede inducir a error. A lo largo de la historia moderna, y con un incremento enorme después de la Segunda Guerra Mundial, se ha utilizado el sistema militar como un instrumento para socializar el costo y el riesgo mientras se privatizan las ganancias. La "nueva economía" es en gran medida un producto del sector estatal innovador y dinámico de la economía de EE.UU. El motivo principal por el cual el gasto público en ciencias biológicas ha estado aumentando con rapidez es que los miembros inteligentes de la derecha comprenden que la vanguardia de la economía se basa en estas iniciativas públicas. Se ha planificado un aumento impresionante con el pretexto del "bioterrorismo", de la misma forma en que se engañó a la población para que pagara por la nueva economía con el pretexto de que los rusos estaban llegando. O, después de que cayó la URSS, debido a la amenaza que representaba la "sofisticación tecnológica" de los países del tercer mundo, como indicó el cambio en la línea del Partido en los años 90, de forma instantánea, sin que a nadie le diera un vuelco el corazón y casi sin ningún comentario. Este es también un motivo por el cual las exenciones a la seguridad nacional tienen que ser parte de acuerdos económicos internacionales: no ayudará a Haití, pero permite a la economía de EE.UU. crecer bajo el principio tradicional de una dura disciplina de mercado para los pobres y un estado niñera para los ricos. Lo que se denomina "neoliberalismo", aunque no es un término apropiado: la doctrina tiene cientos de años y escandalizaría a los liberales clásicos.
Uno podría argumentar que estos gastos públicos en muchos casos valieron la pena. Tal vez, tal vez no. Pero es evidente que los amos temían la opción democrática. Al público general se le oculta todo esto, aunque sus participantes lo comprenden muy bien.
Mediante la militarización del espacio con la noción de la "defensa misilística", se disfrazan los planes para cruzar la última frontera de la violencia; pero cualquiera que preste atención a la historia sabe que cuando oímos la palabra "defensa" tenemos que pensar en "ataque". En este caso, no nos encontramos ante una excepción. Se ha declarado con mucha franqueza el objetivo: asegurar el "dominio global", la "hegemonía". Los documentos oficiales hacen hincapié en que el objetivo es "proteger los intereses y las inversiones de EE.UU." y controlar a los pobres. Hoy en día, esto requiere del dominio del espacio, de la misma forma que en épocas anteriores los estados más poderosos creaban ejércitos y armadas "para proteger y ampliar sus intereses comerciales". Se reconoce que estas nuevas iniciativas, en las que EE.UU. lleva ampliamente la delantera, plantean una amenaza seria a la supervivencia. Y también se reconoce que se podrían prevenir mediante tratados internacionales. Pero como mencioné antes, la hegemonía es un valor que está por encima de la supervivencia, un cálculo de dudosa moral que ha prevalecido entre los poderosos a lo largo de la historia. La única diferencia es que lo que está en riesgo en este caso es mucho más importante.
Lo importante es que el esperado éxito de la "globalización" en el sentido doctrinal es uno de los principales motivos que se da para justificar la utilización del espacio como arma ofensiva de destrucción masiva instantánea.
Volvamos ahora a la "globalización" y al " boom económico más grande de la historia del país y del mundo" de la década del 90.
Desde la II Guerra Mundial, la economía internacional atravesó dos fases: la fase de Bretton Woods, hasta principios de los 70, y el período posterior, con el desmantelamiento del sistema de control de divisas y de movimiento de capital de Bretton Woods. Es la segunda fase a la que se la denomina "globalización" y se asocia a las políticas neoliberales del "consenso de Washington". Las dos fases son muy distintas. A la primera se la suele llamar la "era dorada" del capitalismo (de estado). La segunda fase llegó acompañada por un marcado deterioro en las medidas macroeconómicas estándar: índice de crecimiento de la economía, productividad, inversión de capital, incluso comercio mundial; tasas de interés mucho más altas (lo que ha hecho daño a las economías); gran acumulación de reservas improductivas para proteger las monedas; mayor volatilidad financiera; y otras consecuencias nocivas. Hubo excepciones, en particular en los países del este asiático, que no siguieron las reglas: no adoraron la "religión" según la cual "el mercado tiene la solución", como describió Joseph Stiglitz en un trabajo de investigación publicado por el Banco Mundial poco antes de que fuera designado economista en jefe, luego destituido (y ganado el Premio Nobel). En cambio, los peores resultados se obtuvieron en los países donde se aplicaron las reglas a rajatabla, como en América Latina, hechos bien conocidos y documentados, entre otros, por José Antonio Ocampo, director de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEALC) en una conferencia ante la Asociación Económica Americana hace un año. "La tierra prometida es un espejismo", dijo, el crecimiento en la década del 90 fue mucho menor que el de las tres décadas de "desarrollo conducido por el Estado" de la Fase I. También observó que la relación directa existente entre seguir las reglas y las consecuencias económicas nefastas se aplica a todo el mundo.
Volvamos, entonces, al profundo y problemático dilema: el rápido crecimiento y la gran prosperidad que trajo consigo la globalización trajo desigualdad porque algunos carecen de habilidades. No hay dilema aquí, porque el crecimiento y la prosperidad rápidas son un mito.
Muchos economistas internacionales consideran a la liberalización del capital como un factor importante en los pobres resultados de la fase II. La economía es un asunto complejo, tan poco comprendido que debemos ser cautelosos con las conexiones causales. Pero una de las consecuencias de la liberalización del capital es evidente: debilita la democracia. Esto lo comprendieron los artífices de Bretton Woods: uno de los motivos por el cual los acuerdos se basaron en la regulación de capital fue permitir a los gobiernos que desarrollaran políticas sociales democráticas, que contaban con un enorme apoyo popular. El movimiento libre de capitales crea lo que ha sido llamado un "Senado virtual" con "derecho a veto" sobre las decisiones del gobierno, lo que restringe de forma pronunciada las opciones políticas. Los gobiernos se enfrentan a un "doble electorado": los votantes por un lado y los especuladores por otro, quienes "a cada instante someten a plebiscito" las políticas del gobierno (citando un estudio técnico del sistema financiero). Incluso en los países ricos, prevalece el electorado privado.
Otros componentes de la "globalización" beneficiosa para los inversores tienen consecuencias similares. Cada vez más, las decisiones socioeconómicas llevan a incomprensibles concentraciones de poder, un rasgo esencial de las "reformas" (un término de propaganda, no técnico) neoliberales. Es de suponer que se esté planeando la ampliación del ataque a la democracia sin un debate público en las negociaciones para un Acuerdo General sobre el Comercio en Servicios (GATS). El término "servicios", como sabrán, se refiere a todo lo que forma parte de las opciones dentro de una escena democrática: salud, educación, bienestar, servicios postales y de comunicación, agua y otros recursos, etc. No tiene sentido referirse al traspaso de estos servicios a manos privadas como "comercio", pero el término ha perdido tanto de su sentido que bien puede extenderse a esta farsa.
Las multitudinarias manifestaciones públicas de protesta en Quebec de abril del año pasado en la Cumbre de las Américas, llevada a cabo por los anormales de Porto Alegre, estuvieron dirigidas en parte en contra del intento de imponer los principios del GATS en secreto dentro del plan del Area de Libre Comercio de las Americas (ALCA). Esas protestas reunieron una gran cantidad de personas, del Norte y del Sur, que se opuso a los planes ideados por ministros de economía y ejecutivos de corporaciones a escondidas.
Las protestas recibieron la cobertura a la que estamos acostumbrados: los anormales arrojan piedras y perturban a los genios que piensan en los grandes problemas. La invisibilidad de sus verdaderas preocupaciones es digna de mención. Por ejemplo, el corresponsal económico del New York Times Anthony DePalma escribió que el acuerdo del GATS "no ha generado la controversia pública que se produjo [en la OMC] con los intentos de promover la venta de mercadería", incluso después de Seattle. De hecho, ha sido una preocupación principal durante años. Como en otros casos, esto no es un caso de engaño. El conocimiento que DePalma tiene de los anormales se limita a lo que deja ver el filtro de los medios, y es una ley de hierro del periodismo que se debe prohibir el ingreso a las preocupaciones serias de los activistas para permitir que la atención se concentre en alguien que arroja una piedra, tal vez un provocador de la policía.
La importancia de proteger al público de la información fue revelada de manera espectacular en la Cumbre de abril. Toda redacción de EE.UU. tenía sobre su escritorio dos estudios importantes, preparados para su publicación justo antes de la Cumbre. Uno era de Human Rights Watch, el otro del Instituto de Política Económica de Washington; ninguna de las dos organizaciones es particularmente poco conocida. Ambos estudios investigaban en profundidad los efectos del NAFTA, que fue aclamado en la cumbre como un gran triunfo y un modelo para el ALCA, con titulares que anunciaban con bombos y platillos los elogios de George Bush y otros líderes, todos aceptados como palabra santa. Ambos estudios fueron ocultados con casi total unanimidad. Es fácil entender el porqué. HRW analizó los efectos del NAFTA sobre los derechos de los trabajadores, los que, descubrió, se vieron perjudicados en los tres países participantes. El informe de IPE era más exhaustivo: consiste en el análisis detallado de los efectos del NAFTA en la población de trabajadores, escrito por especialistas de los tres países. La conclusión a la que llegaban es que es uno de los pocos acuerdos que perjudicó a la mayoría de la población en todos los países participantes.
Los efectos sobre México fueron especialmente graves, en particular en el Sur. Los salarios disminuyeron bruscamente con la imposición de los programas neoliberales en la década de 1980. Esto continuó después del NAFTA, con una disminución del 24% en los ingresos de los trabajadores asalariados, y del 40% entre los autónomos, un efecto amplificado por el rápido incremento de trabajadores no remunerados. Aunque la inversión extranjera aumentó, el total de inversiones disminuyó y se transfirió la economía a las manos de multinacionales extranjeras. El salario mínimo perdió el 50% de su poder adquisitivo. La actividad industrial disminuyó y el desarrollo se estancó o pudo haber retrocedido. Un pequeño sector se hizo extremadamente rico y los inversores extranjeros prosperaron.
Estos estudios confirman lo que han informado la prensa empresarial y los estudios académicos. El Wall Street Journal informó que, a pesar de que la economía mexicana creció a fines de los 90 después de una brusca caída posterior al NAFTA, los consumidores padecieron una disminución del 40% en su poder adquisitivo, la cantidad de personas que viven en extrema pobreza aumentó con un ritmo que dobla al crecimiento de la población y que incluso aquellos que trabajan en plantas de montaje que pertenecen a empresas extranjeras vieron afectado su poder adquisitivo. El área de estudios latinoamericanos del Centro Woodrow Wilson también llegó a una conclusión similar y resaltó la concentración de poder económico en un país en el que las pequeñas empresas no pueden obtener financiamiento, el cultivo tradicional despide trabajadores y los sectores de trabajo intensivo (agricultura, industria ligera) no puede competir internacionalmente con lo que se llama "la libre empresa" en el sistema doctrinario. La agricultura sufrió por los motivos de siempre: los pequeños agricultores no pueden competir con las empresas agrícolas de los Estados Unidos que reciben un amplio subsidio, con efectos similares en todo el mundo.
Críticos del NAFTA, incluida la desaparecida OTA y los estudios del movimiento obrero, predijeron la mayoría de estos efectos. Pero se equivocaban en un aspecto: la mayoría predijo un gran aumento en el crecimiento urbano, ya que cientos de miles de campesinos fueron echados de las tierras. Esto no sucedió. El motivo, parece, es que las condiciones de vida en las ciudades están tan deterioradas que hubo una enorme fuga incluso desde las ciudades hacia EE.UU. Aquellos que sobreviven al cruce de fronteras -muchos no lo hacen- trabajan por salarios muy bajos, sin beneficios, en condiciones deplorables. El efecto es la destrucción de vidas y comunidades en México y el mejoramiento de la economía de EE.UU., donde "el consumo de la clase media urbana continúa siendo subsidiado por el empobrecimiento de los trabajadores campesinos, tanto estadounidenses como mejicanos", señala el estudio del Centro Woodrow Wilson.
Estos son algunos de los costos del NAFTA, y de la globalización neoliberal en general, que los economistas tienden a pasar por alto. Pero incluso al nivel de los medidores estándar fuertemente ideológicos, los costos han sido severos.
No se permitió que nada de esto manchara la celebración del NAFTA y del ALCA en la cumbre. A menos que entren en contacto con organizaciones activistas, la mayoría de las personas sólo conoce estos hechos por su propia vida. Y cuidadosamente protegidos de la realidad por la Prensa Libre, muchos se creen fracasados, incapaces de participar en la celebración del mayor boom económico de la historia.
Los datos del país más rico del mundo son instructivos, pero no voy a entrar en detalles. El panorama es similar, con algunas variantes por supuesto, y excepciones del tipo ya descrito. El panorama es mucho peor cuando nos alejamos de los medidores económicos estándar. Uno de los costos es la amenaza a la supervivencia implícita en el razonamiento de los planificadores militares, ya tratado. Hay muchos otros. Para tomar uno, la OIT informó acerca de un crecimiento "epidémico mundial" de los trastornos mentales, por lo general relacionados con el estrés en el trabajo, con un costo fiscal sustancial en los países industrializados. Un factor determinante, concluyen, es la "globalización", que trae aparejada la "desaparición de la seguridad laboral" que produce tensión y una mayor carga horaria laboral, en particular en EE.UU. ¿Es este uno de los costos de la "globalización"? Desde un punto de vista, es uno de sus rasgos más interesantes. Cuando Alan Greenspan calificó el desempeño económico de EE.UU. como "extraordinario", hizo particular hincapié en el incremento de la sensación de inseguridad laboral, lo que supone una reducción en los costos para los empleadores. El Banco Mundial está de acuerdo. Reconoce que "la flexibilización del mercado laboral" ha adquirido "un mal renombre... como si se tratara de un eufemismo para la poda de salarios y empleados" pero, sin embargo, "es esencial en todas las regiones del mundo... Las reformas más importantes suponen promover la movilidad laboral y la flexibilidad salarial, así como la ruptura del vínculo entre servicio social y contratos de trabajo".
En pocas palabras, para la ideología dominante, echar trabajadores, reducir salarios y disminuir los beneficios son contribuciones cruciales para la salud económica.
El comercio desregulado trae mayores beneficios a las corporaciones. Gran parte del "comercio", probablemente la mayoría, está administrado desde una sede central mediante distintos estratagemas: transferencias internas, alianzas estratégicas y tercerización, entre otras. Amplias áreas del comercio benefician a las corporaciones al hacerlas menos responsables ante las comunidades locales y nacionales. Esto agrava los efectos de los programas neoliberales, que con frecuencia han reducido el nivel de ingresos laborales. En los Estados Unidos, la década del 90 fue el primer período de posguerra en el que la división de ingresos se inclinó hacia los dueños del capital, alejándose de los trabajadores. El comercio tiene una variedad de costos no medidos: energía subvencionada, el agotamiento de recursos y otros efectos no contabilizados. También trae ventajas, aunque aquí también hay que andar con cuidado. La más aclamada es que el comercio aumenta el nivel de especialización, pero sin aclarar que reduce las posibilidades, incluso la de modificar la ventaja comparativa, conocida en otros casos como "desarrollo". Opción y desarrollo son valores en sí mismos: debilitarlos tiene un costo grave. Si se hubiese obligado a las colonias norteamericanas a aceptar el régimen de la OMC hace 200 años, Nueva Inglaterra estaría persiguiendo su ventaja comparativa en la exportación de pescado, y seguramente no con la industria textil, que sobrevivió gracias a aranceles aduaneros exorbitantes para bloquear el ingreso de productos británicos (imitando el trato que Gran Bretaña tenía con India). Lo mismo sucedió con el acero y otras industrias hasta el día de hoy, en especial en los años proteccionistas de Reagan, incluso dejando de lado el sector estatal de la economía. Hay mucho para decir acerca de todo esto. Gran parte de la historia se esconde detrás de métodos de medición económica selectivos, aunque es bien conocido por historiadores de la economía y la tecnología.
Como todos los que están aquí presenten saben, es probable que las reglas de juego incrementen los efectos perjudiciales para los pobres. Las reglas de la OMC impiden el funcionamiento de los mecanismos utilizados por todo país rico para alcanzar su nivel actual de desarrollo y a la vez proveen un nivel de proteccionismo sin precedentes para los ricos, incluido el régimen de patentes que impide la innovación y el crecimiento creativos pero sí permite a las entidades corporativas amasar enormes ganancias mediante la fijación de precios monopólicos, por lo general desarrollada con un considerable aporte del público.
Bajo las versiones contemporáneas de los mecanismos tradicionales, la mitad de la población mundial se encuentra en las manos de un grupo de síndicos y su política económica administrada por expertos en Washington. Pero la democracia se encuentra en peligro incluso en los países ricos, porque las decisiones ya no las toma el gobierno, que podía ser en parte receptivo a la población, sino tiranías privadas, que no tienen ese defecto. Eslóganes cínicos como "confíe en la gente" o "reduzca el Estado", bajo las actuales circunstancias, no implican un aumento en el control por parte de la población. Llevan la toma de decisiones de los gobiernos a otras manos, pero no a la "gente": por lo general, a la gerencia de entes de existencia jurídica colectivistas, en gran medida sin responsabilidad ante el público, y en los hechos, totalitarias en su estructura interna, tal como los conservadores acusaban hace un siglo cuando se oponían a "la corporativización de EE.UU.".
Los especialistas y las instituciones que realizan encuestas de opinión han observado desde hace algunos años que la extensión de la democracia formal en Latinoamérica ha estado acompañada por una creciente desilusión acerca del sistema democrático. Esta "tendencia alarmante" persiste, señalan los analistas, y hacen hincapié en el vínculo existente entre "problemas económicos" y "falta de confianza" en las instituciones democráticas ( Financial Times ). Como señaló Atilio Borón hace algunos años, la nueva ola de democratización en Latinoamérica coincidió con las "reformas" económicas neoliberales que debilitan a la democracia real, un fenómeno que se extiende en todo el mundo, a través de distintas formas.
Incluso en los Estados Unidos. Ha habido mucho clamor público acerca de la "elección robada" de noviembre de 2000 y sorpresa ante el hecho de que a la gente no parece importarle. Los estudios de opinión pública sugieren posibles motivos, que revelan que en vísperas de las elecciones, el 75% de la población consideraba el proceso electoral casi como una farsa: un juego en el que participaban los contribuyentes financieros, los dirigentes de los partidos y la industria de las relaciones públicas, que construyó a los candidatos para decir "lo que sea, con tal de ser elegidos", por lo que era poco lo que uno podía creerles incluso cuando su mensaje era comprensible. Los ciudadanos no podían identificar la posición de los candidatos acerca de la mayoría de los temas, no porque fueran estúpidos o no lo intentaran, sino debido a los esfuerzos deliberados de la industria de las relaciones públicas. Un proyecto de la Universidad de Harvard que monitorea las actitudes ante la política señaló que "la sensación de impotencia ha alcanzado un pico alarmante". Más de la mitad de la población considera que tiene poca o ninguna influencia en las acciones del gobierno, con un incremento marcado durante el período neoliberal.
Los asuntos económicos, políticos e intelectuales en los que el público discrepa con las elites se encuentran prácticamente ausentes de la agenda, en especial la política económica. El mundo de los negocios, no sorprendentemente, se encuentra en su inmensa mayoría a favor de una "globalización" guiada por las corporaciones, los "tratados de libre inversión" llamados "tratados de libre comercio", el NAFTA y el ALCA, el GATS y otros mecanismos que concentran la riqueza y el poder en manos que no son responsables ante el público. Tampoco debe sorprendernos que la gran bestia tienda a oponerse, casi por instinto, incluso sin saber los hechos cruciales que se ocultan con cuidado. Se deduce que estos asuntos no son apropiados para las campañas políticas y que no salieron a la luz durante las elecciones de noviembre del 2000. Uno se hubiera visto en aprietos, por ejemplo, para encontrar un debate sobre la próxima Cumbre de las Américas y el ALCA, y otros tópicos que involucran asuntos de primera necesidad para el público. Se dirigió a los votantes a lo que la industria de las RR.PP. llama "cualidades personales" y se evitaron los "temas". Entre la mitad de la población que vota, ampliamente sesgada hacia los ricos, aquellos que reconocen que sus intereses de clase se encuentran en juego votan por esos intereses: en su inmensa mayoría, por el más reaccionario de los dos partidos de negocios. Pero el público general divide su voto de otras maneras, lo que lleva a un nudo estadístico. Entre los trabajadores, los temas no económicos como la propiedad de armas y la "religiosidad" fueron factores fundamentales, de forma tal que a menudo las personas votaron contra sus propios intereses principales, en apariencia basándose en la suposición de que no tenían muchas opciones.
Lo que queda de la democracia tiene que interpretarse como el derecho a elegir entre productos. Los líderes de las empresas hace tiempo explicaron su necesidad de imponer sobre la población una "filosofía de lo inútil" y de "falta de objetivos en la vida" para "concentrar la atención de los seres humanos en las cosas más superficiales en las que consisten gran parte del consumo de moda". Abrumados por este tipo de propaganda desde la infancia, es posible que las personas lleguen a aceptar unas vidas sin sentido y subordinadas y a olvidar las ideas ridículas acerca del control sobre sus propios asuntos. Es posible que dejen su destino librado a los genios y en el ámbito político, a las que se denominan a sí mismas "minorías inteligentes" que sirven y administran el poder.
Desde esta perspectiva, ortodoxa entre la opinión de elite, en especial durante el último siglo, las elecciones de noviembre de 2000 no revelan una falla en la democracia de EE.UU. sino su triunfo. Y si generalizamos, es justo aclamar el triunfo de la democracia en todo el hemisferio, y en otros lados, a pesar de que las poblaciones no lo vean de esa forma.
La lucha para imponer este régimen tiene muchas formas, pero nunca termina y nunca terminará mientras el poder real de toma de decisiones permanezca en el lugar en que se encuentra. Es razonable esperar que los amos aprovechen toda oportunidad que encuentren -en este momento, el miedo y la angustia de la población frente a los ataques terroristas, un asunto serio para Occidente ahora que, con la disponibilidad de nuevas tecnologías, ha perdido prácticamente el monopolio de la violencia, del que retiene sólo un inmenso predominio-.
Pero no hay por qué aceptar estas reglas y aquellos a quienes interese el destino del mundo y su población seguramente seguirán un camino distinto. Las luchas populares contra la "globalización" de los derechos de los inversores, especialmente en el Sur, han influido sobre la retórica, y hasta cierto punto en las prácticas, de los amos del universo, que están preocupados y a la defensiva. Estos movimientos populares no tiene precedente en cuanto a su magnitud, amplitud de sus miembros y solidaridad internacional; estos encuentros son una ilustración de importancia crucial. El futuro, en gran medida, está en sus manos. Es difícil exagerar lo que está en juego.
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